Todas nuestras comunicaciones se componen, en mayor o menor medida, de dos ingredientes que acaban siendo un arma de doble filo:
Lo que decimos = mensaje
Lo que realmente estamos diciendo = meta-mensaje
El meta-mensaje sale de la parte emocional o límbica de nuestro cerebro y, suele ser una fuente inagotable de malos entendidos. Dentro del meta-mensaje se encuentran:
El tono y ritmo con el que decimos las cosas
Los llamados modificadores verbales, elementos que, como veremos, pueden llegar a cambiar de manera radical el significado de una frase.
Porque, estaremos de acuerdo en que, no es lo mismo decir ¿Bailas? que decir ¿Bailas, o qué?. La primera pregunta está libre de connotaciones emocionales. Por el contrario, la segunda tiene un modificador verbal cargado de sentimiento de hartazgo, impaciencia o enfado.
Para entender la fuerza y el efecto del meta-lenguaje y de los modificadores verbales, solo tenemos que ponernos en los zapatos de un niño que llama a su madre y puede recibir dos tipos de respuestas. ¿Cómo se sentirá el niño con cada una de ellas?
Una solución para reducir los malos entendidos, problemas y conflictos es ser conscientes de cuánto hay de meta-lenguaje en nuestro estilo comunicacional. Y, en caso de sobre-dosis, quizás convenga echar mano de un buen antídoto.

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